El sentimiento de duelo, afrontar la pérdida.

Las reacciones de duelo se refieren a aquellas que experimenta un ser humano ante la pérdida de una persona cercana. Fundamentalmente aparecen ante la muerte de un ser querido y de especial significación para ese sujeto, pero por extensión se aplica ante pérdidas reales (muerte) o fantaseadas (rupturas sentimentales) de alguien que representa un valor afectivo importante para el sujeto por haber tenido un vínculo especialmente importante para él. En la etapa infantil y de la adolescencia el duelo no solo se refiere a lo anteriormente mencionado, sino que habría que añadir el propio sentimiento de “pérdida” que experimentan algunos sujetos ante el hecho de crecer y pasar a etapas de desarrollo en las que se disminuye la dependencia y se pasa a gozar de una autonomía mayor (por ejemplo, la reacción que experimentan muchos/as adolescentes al abandonar la infancia, su imagen corporal y sus relaciones).

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Ante una pérdida, real o imaginada, se produce un normal sentimiento de pena y tristeza. Ese sentimiento no suele comportar el desarrollo de una depresión, salvo en determinadas situaciones y vivencias personales anteriores muy concretas y dependiendo de la estructura de personalidad previa. La tristeza es normal ante la pérdida, es un sentimiento que es preciso comprender y superar, pero no tiene por qué implicar una psicologización o psiquiatrización de esa tristeza.

De lo dicho con anterioridad se desprende que para que exista una reacción de duelo, con anterioridad ha debido existir una relación afectiva de cierta intensidad. Tolstoi decía que sólo las personas que son capaces de sentir un gran amor son capaces de sentir un gran dolor, pero es precisamente esa gran capacidad la que se debe aprovechar para poder contrarrestar el dolor y reencontrarse con el amor.

Tareas del duelo

  • 1ª tarea: Aceptar la realidad de la pérdida. La primera reacción ante la pérdida suele consistir en una sensación subjetiva de que “no es verdad”, por lo tanto lo primero es aceptar que esa persona desaparecida se ha marchado y no volverá.
  • 2ª tarea: Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. Nos referimos al dolor emocional y comportamental asociado al sentimiento de pérdida. Reconocerlo nos permite poder trabajar con él, para que no aparezca como un comportamiento disfuncional.
  • 3ª tarea: Adaptarse a un medio en el que la persona desaparecida está ausente.
  • 4ª tarea: Recolocar emocionalmente al desaparecido y continuar viviendo. Según Worden, hay que retirar la energía emocional del desaparecido para reinvertirla en otras relaciones, aún reconociendo que nunca se deja de querer a la persona desaparecida cuando se ha mantenido una fuerte y potente vinculación afectiva.

Si las tareas del duelo no se desarrollan de forma adecuada (sobre todo en la infancia y adolescencia), podemos categorizar la situación de la siguiente manera:

  • Duelo patológico: No hay forma de que el sujeto supere los sentimientos de pérdida. Se hace imposible trabajar con las tareas a desarrollar durante el duelo y aparece un cuadro depresivo mayor concomitante.
  • Duelo enquistado: Domina el bloqueo en una de las fases o en una de las tareas, sin posibilidad de avanzar y superar la pérdida.
  • Duelo prolongado: Aunque no existe una duración normal del duelo, en esta tipología las personas no acaban nunca de hacer el duelo y se prolongan todas las fases y las tareas se hacen interminables, con lo que la elaboración resulta muy complicada.
  • Duelo diferido: Tras un periodo, variable de duración, aparentemente de cierta normalidad, aparecen síntomas referidos al duelo, pero de forma irregular, con cierta imprecisión y en el que las fases y las tareas del duelo se muestran como desordenadas.

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Percepción de la muerte en la infancia

Para poder entender todo este proceso en la infancia y la adolescencia, necesitamos conocer la evolución de la percepción del concepto de muerte en la infancia.

Una ausencia: Desde los 2-3 años, los niños/as observan que hay personas en sus círculos familiares que “se marchan”, que “ya no están”. Lo perciben, pero piensan que puede existir un retorno, aunque sea lejano.

Hacía los 7 años, empiezan a verlo como una ausencia sin retorno.

Entre los 7 y los 9 años, se manifiesta como una fase de ansiedad y desorientación o de querer saber más y se expresa como preguntas inagotables sobre el sentido de la muerte, sobre cuándo se van a morir las figuras parentales, quién se morirá primero, si ellos/as se van a morir y cuándo, dónde se va después de la muerte, qué pasa después de morirse, etc.

A partir de los 9-11 años, hay una percepción realista de la muerte. Los niños/as saben ya de lo irrecuperable de la muerte y que la desaparición es “para siempre”. Además lo unen a un acontecimiento que ocurrirá en un tiempo lejano.

La comunicación en el caso del duelo

No se debe olvidar que, en muchos casos, el duelo en la infancia es una prolongación y proyección del duelo que se vive en el contexto familiar.

En el proceso de comunicación e intervención, se deben tener objetivos claros:

  • Ayudar a incrementar el sentido de realidad de la pérdida.
  • Estimular para que en el niño/a aparezcan las emociones reconocidas (tristeza, desolación, impotencia) y las que permanecen latentes (rabia, comportamientos alterados, sentimientos de culpa).
  • Interesarse y hacer una semiología adecuada de los diferentes obstáculos que aparecen para el reajuste del niño/a después de la pérdida (síntomas somatizados, dificultades relacionales, dificultades de ajuste social, dificultades en la progresión del duelo).
  • Animar a realizar una despedida adecuada y a que se puedan sentir cómodos en su retorno a la vida y a sus actividades diarias y cotidianas, asumiendo una nueva posición.